Badajoz,
Valverde de Leganés, Alconchel, Cheles, Portugal… 5 formas diferentes de llegar
a la niña bonita, a vila, a Olivenza… San Rafael, San Francisco, San Jorge, San
Benito, Villarreal y Santo Domingo 6 formas de ir más allá de Olivenza. Una ciudad abierta a dos culturas, una ciudad
española y portuguesa, una ciudad querida, nuestra ciudad. El mejor rincón de España, la Iglesia de
Santa María Magdalena, un título que le sobra para los que nos hemos criado
entre sus columnas, para los que nos hemos criado en su puerta a las doce de la
noche un jueves santo, para los que hemos despedido a familiares y a amigos en
su altar y para los que en ese mismo altar hemos visto unirse en matrimonio a
dos felices enamorados. Una plaza con
aroma a romero quemándose, unos sones de Santa Lucía y La Encina bailando. Una calle con un arco la separa de su
hermana, Santa María del Castillo, igual de bella, igual de querida y a la que
le hemos puesto una reja que para que nadie la toque, una reja que los martes y
miércoles santo costaleros y costaleras se emocionan cuando la cruzan. Una
iglesia con un árbol genealógico admirado como si el de nuestra familia se
tratara.
Un castillo
con 36 metros de historia, con 17 rampas que esconden secretos inconfesables
las vigila y las cuida, como si de un hermano mayor se tratara… Un patio con los sones del pasodoble de
Olivenza sonando tocado por La Filarmónica… Bajo otro arco y una capilla llena
de azulejos nos saluda, nos envuelve,
nos cuenta historias de humidad, de pobreza, de Misericordia. Una capilla que por unos momentos nos dice
que hemos cruzado la frontera, que Portugal se encuentra mucho más cerca de lo
que pensábamos… Unos abuelos que se encuentran rezando nos saludan muy bajito y
otros abuelos más abajo se sientan y conversan a la sombra de unas palmeras,
nada de Plaza de España, para nosotros es el paseo grande, un paseo que ha
visto como Olivenza crecía y como niños y niñas de diferentes generaciones
jugaban entre sus bancos, correteaban entre sus farolas y sufrían caídas que
hacían despertar los llantos más desesperados.
Un momento
de silencio, un momento de recuerdo al salir.
Una fuente nos recuerda los azotes del terrorismo, agacho la cabeza y
continúo… La carrera ¿Cuántos oliventinos desconocen su verdadero nombre? Me gusta llamarla así… es como un código
entre sus habitantes, es un ir y venir de personas charlando, de pararse en sus
veladores y contemplar y muchas veces criticar al que va, al que viene, al que
nunca se mueve y al que nunca está quieto.
Me asomo con miedo, las murallas me tapan con su sombra y por un momento
noto el miedo en ellas. Durante unos
días se encuentran tristes, una inmensa noria hace que pierdan parte de su
encanto… Me desvío, me alejo, huyo, no
quiero que la algarabía de un recinto ferial techado me aleje de Olivenza y de
mis sentimientos. Un niño con un abuelo
me saluda y por un momento dejo caer una lágrima, rápida y fugaz y recuerdo
cuando el mío me llevaba a la fiesta del nieto y el abuelo al cercano Hogar del
pensionista. Aligero el paso y la sombra
y parte de oscuridad me cubren. La
puerta del calvario, la entrada para muchos visitantes, para personas que
acortan su ruta del colesterol y la puerta de salida para muchos que no
volverán, que esa puerta se convierte en la entrada del cielo, del infierno,
del limbo, de lo que haya, de lo que sea…
Miro a la derecha, desde una ventana del convento San Juan de Dios creo
que alguien me mira… no sé si ha llegado el momento de creer historias de
fantasmas… vuelvo a mirar, tranquilo, un trabajador observa… no se qué pensará,
si como hemos dejado los oliventinos este bello lugar así de abandonado o como
estuvimos a punto de perder una muralla o quizás simplemente quiera despejarse…
miro sus manos… tiene un bocadillo… lo único que hacía era descansar en su hora
del desayuno… Pienso lógico que no todo
el mundo tiene que sentir lo que yo siento por Olivenza… vuelvo a salir por la
puerta del calvario (para mi volverá a ser puerta de entrada, o eso creo). A lo lejos intuyo Villarreal, nuestra pedanía
marinera podemos llamarle. Pedanías,
esas quizás a veces despreciadas, pero que sin ellas nuestra Olivenza no sería
lo mismo… La familiar Santo Domingo, la alegre San Benito, la amigable San
Jorge, San Francisco marcada por una escalera, que para muchos son las del
cielo, para otros solo la subida a una calle mas, y San Rafael, esa que siendo
la más desconocida ahora puede ser de las más queridas.
Me doy la
vuelta, está empezando a anochecer… El sol se va, las farolas comienzan
tímidamente a encenderse y emprendo el viaje de vuelta a casa. Las calles de Olivenza, mis calles me llevan
como si a empujones fueran, pero empujones de cariño, de recuerdos, de
amores. Llego a casa… el paseo ha hecho
que esté cansado, una ducha, algo de cenar y a la cama… Pienso que si algún
día, por trabajo, por amor, por el destino o por lo que sea me tengo que ir, mi
vida se encontrará rota y seguramente lloré al salir como llora un bebe cuando
sale del vientre de su madre… El reloj de Santa María da las 12 de la noche, es
lo último que recuerdo…